La especulación atrajo a los primeros jugadores, pero para que Web3 realmente despegue, hace falta una resonancia cultural. El problema es que la mayoría de los proyectos cripto no resultan atractivos para la gente común: la jerga es incomprensible, los escenarios están desconectados y hay una crisis de confianza.
En cambio, las grandes marcas tradicionales son diferentes. Adidas lanza wearables NFT, Gucci acepta pagos en criptomonedas, Breitling certifica relojes en blockchain… Estas marcas cuentan con décadas de reputación y una base de fans consolidada, los usuarios confían en ellas de forma natural. Lo clave es que han convertido la blockchain de un concepto técnico en una experiencia real: entradas para conciertos, productos de edición limitada, pases para comunidades de fans.
Ahí está la verdad sobre la próxima ola de adopción: no se trata de “¿cuánto puede subir esta moneda?”, sino de “¿para qué puedo usar hoy este token?”. Membresías tokenizadas de marca, derechos de experiencia intercambiables, escasez verificable… Este conjunto de estrategias es difícil de ejecutar para las startups.
La regulación se está aclarando poco a poco y la infraestructura institucional se está construyendo, pero todo esto es solo el trabajo entre bastidores. Lo que realmente desencadenará la participación masiva será la intersección entre cultura y tecnología, y las marcas tradicionales están justo en esa encrucijada. Ellas tienen la capacidad de llevar Web3 del círculo cerrado de los geeks al consumo mainstream.
Primera ola: especuladores; segunda ola: construcción institucional; la tercera, con alta probabilidad, será una explosión de aplicaciones culturales lideradas por marcas.
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¿Son las grandes marcas la clave para que Web3 llegue al público general?
La especulación atrajo a los primeros jugadores, pero para que Web3 realmente despegue, hace falta una resonancia cultural. El problema es que la mayoría de los proyectos cripto no resultan atractivos para la gente común: la jerga es incomprensible, los escenarios están desconectados y hay una crisis de confianza.
En cambio, las grandes marcas tradicionales son diferentes. Adidas lanza wearables NFT, Gucci acepta pagos en criptomonedas, Breitling certifica relojes en blockchain… Estas marcas cuentan con décadas de reputación y una base de fans consolidada, los usuarios confían en ellas de forma natural. Lo clave es que han convertido la blockchain de un concepto técnico en una experiencia real: entradas para conciertos, productos de edición limitada, pases para comunidades de fans.
Ahí está la verdad sobre la próxima ola de adopción: no se trata de “¿cuánto puede subir esta moneda?”, sino de “¿para qué puedo usar hoy este token?”. Membresías tokenizadas de marca, derechos de experiencia intercambiables, escasez verificable… Este conjunto de estrategias es difícil de ejecutar para las startups.
La regulación se está aclarando poco a poco y la infraestructura institucional se está construyendo, pero todo esto es solo el trabajo entre bastidores. Lo que realmente desencadenará la participación masiva será la intersección entre cultura y tecnología, y las marcas tradicionales están justo en esa encrucijada. Ellas tienen la capacidad de llevar Web3 del círculo cerrado de los geeks al consumo mainstream.
Primera ola: especuladores; segunda ola: construcción institucional; la tercera, con alta probabilidad, será una explosión de aplicaciones culturales lideradas por marcas.