Desde la perspectiva de la psicología, la confianza en uno mismo puede cambiar de manera sutil el rumbo de la vida de una persona; es lo que en psicología denominamos autoeficacia. Pero, ¿cómo cultivar una confianza inquebrantable que nada ni nadie pueda sacudir y, al mismo tiempo, tener claro el propio valor personal? La verdadera confianza no consiste en creer que uno siempre será capaz de lograrlo, sino en permitirse fracasar. ¿Por qué muchas personas siguen mostrando una fuerte timidez incluso después de alcanzar la edad adulta? Esto se debe a que, durante el proceso de crecimiento de los niños en Asia Oriental, se tiende a vincular estrechamente la confianza con la capacidad, sin creer en el valor propio e incondicional. Así, cuando comienzas a dudar de tus propias capacidades, la confianza también se desmorona.

En la edad adulta, tenemos plena capacidad para cambiar la percepción que tenemos de nosotros mismos. Una persona que no se conoce a sí misma tiende fácilmente a obsesionarse con una admiración superficial. Es decir, si tu autopercepción proviene exclusivamente de las definiciones que los demás hacen de ti, inevitablemente caerás en el abismo de intentar demostrarte constantemente ante los demás. Si en este momento te das cuenta de que no te conoces tanto como pensabas, ¿cómo puedes construir un auténtico sentido de valor y confianza en ti mismo?

Existe una clave fundamental: dejar de complacer. Cuando te esfuerzas por adivinar lo que esperan los demás y minimizas tus propios estándares, te sumerges en el sistema de valores ajeno, y la inseguridad que muestras en ese momento es fácilmente perceptible. Por el contrario, si entras en cualquier entorno con un sistema de juicio propio y firme, es imposible que pases desapercibido. Porque tu serenidad y sinceridad, frente a los intentos de agradar a los demás, te hacen mucho más atractivo y difícil de resistir.