Las personas que te hacen daño, en realidad, siempre lo hacen a propósito. No importa si son cercanos o lejanos; quienes te hieren lo hacen tras haber sopesado pros y contras, tras comparar una y otra vez, y al final descubren que el coste de hacerte daño es mucho menor que el beneficio que obtienen, por eso acaban eligiendo herirte. Todo se debe al interés propio, y esa es la verdad de la naturaleza humana. Tu valor determina el peso que tienes en los ojos de los demás, y también determina la actitud que tendrán hacia ti. Cuando actúas con decisión y sigues tu propio camino, los demás no solo no se atreven a meterse contigo, sino que incluso te consideran alguien a quien no pueden permitirse ofender. La gente, en general, es más indulgente con los fuertes; incluso si los débiles no han hecho nada malo, serán tratados con dureza. Aunque solo aguantes y tragues tus quejas, serás visto como alguien barato que busca agradar, porque la actitud de los demás hacia ti no depende de lo bueno que seas con ellos, sino de la relación de fuerza entre ambos.

Cuando eres débil, parece que abundan los malos. Pero en cuanto te haces fuerte, descubres que a tu alrededor solo hay gente buena. En esencia, cualquier relación es un sistema de valores. Los demás te son leales solo porque tienes suficientes bazas en la mano; si te traicionan, es porque tienen suficientes bazas para hacerlo. “Por carencia hay demanda, por interés se busca el beneficio y se evita el daño”; estas ocho palabras explican la raíz de la naturaleza humana. No entender la naturaleza humana solo lleva a quejarse de la injusticia social y de las desdichas sentimentales, sin pensar que, en la vida, la mayoría de las relaciones humanas no son más que un intercambio de valores entre las partes. Hay que saber que en el mundo no hay almuerzos gratis: todo lo que se busca son beneficios. La mayor lección que una persona debe comprender es desmitificar la naturaleza humana. Sé sincero contigo mismo.