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Aquí está el verdadero dilema: cuando el gasto del consumidor se mantiene plano y las ventajas de exportación se desvanecen, hay un doloroso fork en el camino. O se inyecta más capital en infraestructura y manufactura—lo que significa acumular más deuda que ya es preocupante—o se acepta un crecimiento más lento de la producción, lo que trae números de PIB más débiles y presión en el mercado laboral. Ninguno de los caminos parece atractivo, pero quedarse quieto tampoco es una opción.
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